martes, 28 de enero de 2014

GRANITE & RAINBOW & SIETE DÍAS VII

(Viene de aquí)




15 de diciembre de 2013

Pedro Larrañaga: ¡Buenas tardes! aquí estamos, en el último episodio de estos encuentros, momento en el que, inevitablemente, hay que hablar de finales. ¿Cuál es el final ideal o perfecto para un libro?
MAM: Yo creo que los finales, tanto en los libros como en la vida, vienen determinados por el transcurso de la historia, por cómo esta se ha desarrollado. En mi caso personal, como habrás adivinado, suelen ser finales abiertos que se podría decir convocan al lector a una próxima cita, a un próximo encuentro. Ahora que, para responderte, me pongo a intentar recordar finales memorables de libros, sólo se me ocurren de películas.





P.L.: Vaya, ¿quiere eso decir que en la literatura aun estamos a la espera de ese gran final, ese que pueda ser citado en cualquier conversación sobre el tema?
MAM: Es curioso. Nunca me había parado a pensarlo, pero de la literatura recuerdo muchos más principios o títulos que finales memorables, todo lo contrario que en el cine, donde se me vienen con mucha facilidad escenas con una mujer que jura que nunca volverá a pasar hambre, con una chica confundida que se va en un avión a Lisboa con un gran héroe de la Resistencia mientras deja en la nebulosa Casablanca al dueño de un garito del que se enamoró en París, o con los fundidos a negro de Monsieur Chaplin de espaldas. Los mejores diálogos que recuerdo en un libro son los de Manuel Puig. De una película me quedo con la segunda escena del peep-show de París, Texas. Yo quiero dialogar así, pero casi nunca he leído diálogos en un libro que estén a la altura de muchos de los que he visto en el cine. En los últimos tiempos sólo me recuerdo con un nudo en el estómago llorando con muchos finales de películas, en cambio sólo he llorado de esa manera (hablo de los últimos años) con el final de Los ingrávidos, de Valeria Luiselli.

 

P.L.: Parece que aun no hemos sido capaces de echar por tierra ese odioso (opinión personal) «una imagen vale más que mil palabras». ¿Seremos capaces algún día?
MAM: Yo es que personalmente no siento la necesidad de echar por tierra una sentencia que en buena parte comparto. Georges Méliès y Segundo de Chomon, los silencios cinematográficos, las elipsis, las miradas cómplices de dos cómplices que se aman o se odian, el rostro tragicómico de Totò, el instinto animal, sorprenderte dándote la vuelta al paso de alguien precioso y seguirlo hasta perderlo de vista, todo ello se encarga de confirmar que, en efecto, «una imagen vale más que mil palabras». Otra cosa es que, aunque valga más que mil palabras, valga para algo más que esas mil palabras. Por supuesto, todo ello depende de cuáles son las palabras y cuál es la imagen, pero sin duda hay imágenes que explican el siglo XX mucho más que sesudos tratados con miles y miles de palabras. Es más, en el futuro, hablo de muchos cientos de años, no se entenderán las palabras que entendemos ahora, y me temo que se seguirá sintiendo un escalofrío viendo a esa niña corriendo desnuda y quemada huyendo de los bombardeos de Napalm en Vietman.



P.L.: Cierto... aunque Vietnam nunca será el mismo Vietnam sin esa frase «me encanta el olor a Napalm por la mañana»
MAM: Desde luego, pero aun así, esa frase tiene más de imagen que de palabras: la frase apela directamente a la inmediatez de la imagen que describe, de ahí su fuerza. Esa es al menos mi opinión.



P.L.: Y esa opinión (la tuya) es la que nos interesa. Unas opiniones, las de Miguel Ángel Maya, que nos han dejado, a lo largo de estos siete días, un buen número de ideas e imágenes de esas que dejan poso. De todo lo hablado, y lo que ha quedado sin hablar, te pediría una frase, una idea o una imagen, que definiera la escritura, el proceso de escribir.
MAM: Buf. Yo creo que reducir el complejo o complicado proceso de escribir a una sola idea o frase es casi una temeridad. Philip Roth dice que le interesan los «hombres capaces de hablar de béisbol y boxeo al mismo tiempo que hablan de libros, y que hablan de libros como si en un libro hubiera algo en juego, que no lo abren para reverenciarlo ni exaltarlo ni retirarse del mundo que los rodeaba. No, abren el libro para boxear con él». Yo concibo la escritura un poco así, como un combate de boxeo contra los límites de casi todo, incluido yo, el libro, los personajes, las palabras, la trama. Un combate que nos debería llevar a lugares donde nunca habíamos estado antes ni a los que jamás imaginábamos que llegaríamos. 



P.L.: Y en esos lugares a los que nunca habíamos llegado o imaginado que llegaríamos, ¿qué canción estaría sonando? (La que podríamos llamar la canción de lo imposible hecho posbile)
MAM: Pues podría sonar la maravillosa Watermelon in easter hay de Mister Frank Zappa, uno de esos temas que siempre me llevaron sonoramente al límite de uno de esos músicos que en mi vida han sido absolutamente imprescindibles. 



P.L.: Y así, con los primeros acordes de Frank Zappa sonando ya en el reproductor, llega el momento de la despedida. El momento de despedirnos de Miguel Ángel Maya, el momento de darle las gracias por estos y siete días y decirle que, a buen seguro, lo seguiremos buscando por Saint Simons y por cada circo, confiados en que mantendrá esa apuesta por ser un escritor del Siglo XXI.
MAM: Muchas gracias por tus deseos. Haré todo lo posible por estar a la altura. Y gracias también por estos siete días.

The End

Esto y más, en el Número 26 de Granite & Rainbow.

Miguel Ángel Maya
28 de enero de 2014

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domingo, 26 de enero de 2014

GRANITE & RAINBOW & SIETE DÍAS VI

(Viene de aquí)



Sábado 14 de diciembre de 2013

Pedro Larrañaga: Aquí estamos, un día más, el penúltimo. Debe de ser la cercanía del final de estas conversaciones, pero me ha entrado miedo por no llegar a preguntar todo lo querría. Tras varios días hablando de lo ya ha hecho, toca hablar de lo que queda por venir. ¿Puede saberse en que trabaja ahora Miguel Ángel Maya?
Miguel Ángel Maya: Trabajo en varios proyectos. Tengo un par de libros casi terminados. Uno se compone de dos novelas cortas o dos cuentos largos, ambientados ambos directa o indirectamente en Saint Simons, esa bizarra ciudad en la que transcurre El hombre que decía haber salvado a Rebeca B. El otro es una novela ambientada entre Ciudad de México y Buenos Aires, cuya principal peculiaridad es que, además de contener las únicas quince páginas que se conservan de Verbrecherisch Traum, cómic que protagoniza el superhéroe Zaurberer Von Licht, dibujado por el dibujante judío vienés Martín Elfman, y que recoge mis avances en un idioma desconocido que me estoy inventando de la nada y que forma parte de la trama, que gira en torno a un circo. Como proyectos de largo aliento en los que trabajo desde hace años, estoy investigando sobre la muerte de Pier Paolo Pasolini y sobre el cine europeo durante la Segunda Guerra Mundial para dos novelas que se centran en ese tema.



P.L.: De esos proyectos, ¿cuál crees o te gustaría que superara la distancia entre el Maya que escribe y el Maya que publica?
MAM: Me encantaría que se publicaran todos, para qué engañarnos. Sobre todo porque tienen relación entre sí y a través de ellos se pueden ir completando esas historias que comentábamos el primer día que se desarrollaban en una especie de mundo paralelo. Como te digo, el primero esta ambientado en Saint Simons y en él aparecen personajes que ya están en El hombre que decía haber salvado a Rebeca B., en la otra novela casi terminada regresan personajes que ya aparecían en Últimas 2 horas y 58 minutos, como Madame Tatanchourk o el boxeador Tito Moncada, y aparecen otros nuevos que también seguirán en las siguientes. Los dos proyectos de más largo aliento en los que llevo trabajando más tiempo cuentan con una importante dosis de novela gráfica, lo cual me hace pensar que pueden resultar atractivos «comercialmente». Quizás el proyecto sobre Pasolini es el más alejado de mis temas, personajes y mundos, aunque es el más íntimamente doloroso para mí por lo mucho que me identifico intelectual y personalmente con Pasolini y lo miserable que fue su muerte. 

 

P.L.: El circo, Saint Simons, Pasolini, Tito Moncada... parece que cuando los adolescentes de dentro de un par de siglos estudien las coordenadas del universo literario de Miguel Ángel Maya, esas serán las referencias obligadas, ¿no te parece?
MAM: Gracias por la parte que me toca, pero me temo que los estudiantes de dentro de dos siglos no estudiarán a Miguel Ángel Maya. Saint Simons sí es un lugar que me interesa, es como tener mi propio terrenito mítico. En cuanto al circo, para mí es algo muy personal. Parte de mi familia por parte de madre es gente de circo, y siempre me pareció un mundo fascinante: tengo recuerdos muy fuertes de la trastienda del circo, cuando iba a ver a mis primos, en las roulottes. Ver a la trapecista que se ha estado jugando la vida ahí en las alturas de la carpa dándole el pecho a un niño a las puertas de su caravana, con el traje de lentejuelas, desmaquillada, es algo muy fuerte. Para mí el circo es una metáfora de muchas cosas, y sobre todo es un mundo que por un lado he tenido la suerte de vivir desde cerca, lo cual siendo tan atípico es una fuente de anécdotas muy fuera de lo común, y a la vez me ha parecido un mundo inalcanzable. Esa trapecista dándole el pecho a un recién nacido después de haber hecho cosas casi sobrenaturales en el trapecio, por un lado se humaniza pero sobre todo se convierte en una mujer absolutamente inalcanzable. El microcosmos de un circo es un poco eso, una mezcla de seres inalcanzables pero demasiado humanos y demasiado desarraigados. 



P.L.: Seres inalcanzables, humanos y desarraigados, viviendo en su microcosmos... como los personajes de una novela.
MAM: Sí, en cierto modo sí... Las novelas son un poco mundos aparte.



P.L.: Y en esos mundos aparte, en los circos literarios, ¿qué música suena un sábado a las 21 horas?
MAM: Pues mira, mientras te respondo estoy en casa con mi chica y mi perro, tomándome un vino, viendo el Barça, haciendo una lasaña y escuchando exactamente Sayit with a kiss, de Madame Billie Holiday.

P.L.: Pues con ese beso, que vale más que mil palabras, ponemos el punto y seguido. Mañana más, incluido el triste final. Gracias por todo y que aproveche la lasaña.
MAM: Muchas gracias . Hasta mañana entonces. Un abrazo.

That's all, folks!
(Mañana, el desenlace)

Miguel Ángel Maya
26 de enero de 2014

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sábado, 25 de enero de 2014

GRANITE & RAINBOW & SIETE DÍAS V

(Viene de aquí)




Viernes 13 de diciembre de 2013



Pedro Larrañaga: Está claro que se puede aprender a escribir (hay miles de ejemplos, tú entre ellos), pero ¿crees que se puede enseñar a escribir?

Miguel Ángel Maya: Esta es una pregunta para la que no tengo una respuesta del todo formada. Yo como escritor creo que el hecho de darme cuenta de que un libro no se sostiene en sus palabras sino en su estructura supuso un antes y un después en mi vida, como lector y como escritor. Yo me di cuenta de ello leyendo, y preguntándome qué fallaba en lo que escribía si estaba bien escrito. Para aprender a escribir es muy enriquecedor leer no sólo buenos libros, sino también malos libros, libros fallidos, libros con defectos literarios graves. Quizás si alguien de contrastada solvencia literaria me hubiera dicho en su momento: «es la estructura, estúpido», me habría ahorrado tiempo y quebraderos de cabeza. El hecho es que no tengo claro si es sano ahorrarse ese tiempo o esos quebraderos de cabeza en vez de darse uno mismo una y otra vez contra la pared. Yo estoy empezando ahora a ocuparme de un proyecto editorial de narrativa con una pequeña editorial sevillana llamada Alegoría a cuyo email llegan constantemente manuscritos. La mayoría son francamente malos y la inmensa mayoría tienen como denominador común (entre otras cosas) que fallan en la estructura, en el entramado que debería sostener la historia, que termina cayéndose. Lo curioso es que muchos de ellos están escritos más que correctamente, frases impolutas, capítulos redondos, breves, historias simples, estructuras muy claras como de guión de cine clásico (presentación, detonante, puntos de giro, crescendo, punto de giro previo al peor momento del protagonista, peor momento y desenlace) pero son tremendamente aburridos o cuentan historias que no me interesan lo más mínimo. Me consta que muchos talleres literarios inciden en ese tipo de libros porque supuestamente la moda de estos tiempos son las novelas cortas y asequibles para leer en el metro y eso es lo que buscan las editoriales. Y, a la vista está, es posible enseñar a manejar estructuras, pero esa estructura habrá que utilizarla para decir algo, digo yo, y lo que uno está en condiciones de decir o no sólo se enseña, que yo sepa, cuando se estudia protocolo (esto lo sé porque una amiga mía tenía que coincidir en un almuerzo con el rey, y los de protocolo de Zarzuela le mandaron una lista con cosas que podía decirle al rey y cosas que no).



P.L.: Dejando de lado al rey y las cosas que no pueden decirse a un rey (¿cuáles serán?), ¿podríamos decir que escribir es como soñar, algo que hacemos solos en realidad?

MAM: Mi amiga no quiso decirme qué cosas no se le podían decir. Por ello estoy deseando que el rey me invite a comer para que a mí también me manden esa lista de tabúes reales. Yo creo que el proceso de la escritura tiene mucho que ver con la soledad. Sin embargo, contradictoriamente, pienso que cuatro ojos ven más que dos, y seis ven más que cuatro, y el resultado de ese proceso de escritura (o en algunos casos, como la escritura de guiones, salen mejores guiones cuando los escriben varias personas que cuando los escribe uno solo) necesariamente tiene que contar con personas que puedan leer la historia sin ningún tipo de implicación en ella. Esa primera confrontación con otros ojos, después de meses de soledad, suele ser terrible y saca a la luz las consecuencias nefastas del ensimismamiento. Sólo cuando estamos enfermos estamos inmersos en nosotros mismos, cuando nos duele algo, cuando tenemos fiebre, una úlcera, una enfermedad grave; de modo que tampoco conviene hacer de la literatura una enfermedad, por ello es imprescindible intentar que la literatura o la escritura estén solas y nos hagan estar solos el menor tiempo posible.




P.L.: No hacer de la literatura una enfermedad... Y aun así estamos enfermos por ella (en sentido positivo claro). Una literatura que no tiene por qué llevar a la soledad, sino ser una fiesta, una con luces, fuegos artificiales y barra libre (abstemios incluidos), algo que queremos transmitir en este número de G&R. Y es que queremos ser más gamberros al escribir, y serlo sin perder el buen gusto (no tiene por qué estar reñido lo uno con lo otro). ¿Cómo podemos hacer de la literatura esa fiesta y ser escritores/a gamberros?

MAM: Bueno, yo creo que la literatura no puede ser otra cosa que una fiesta. Hay fiestas de muchos tipos y para todos los gustos, pero todas las fiestas son un evento, una especie de muesca en nuestro espacio y tiempo cotidianos. Todas comparten el hecho de estar destacadas en rojo en el calendario o en nuestras agendas cuando todavía ni siquiera se han producido, porque de ellas esperamos algo y porque sabemos que esa fiesta convierte ese día en especial, convirtiéndose en una especie de centro de gravedad. En cuanto al gamberrismo, yo creo que esa es una cuestión que excede la literatura, y que el que es gamberro lo es escribiendo, tomándose una caña, lavando los platos, hablando con un amigo o discutiendo con su portera. Hay escritores que juegan a ser gamberros y son ridículos (me reservo los nombres, como mi amiga con los tabúes reales), sin embargo, una vez coincidí con Eduardo Mendoza en un bar, y me pareció un tipo tan gamberro sosteniendo su whisky y mirando minifaldas de las veinteañeras como escribiendo Sin noticias de Gurb.



P.L.: ¿Nos sugieres entonces que antes de ser escritores gamberros seamos gamberros a secas?

MAM: En realidad, más que eso, sugiero que uno escriba como sea, que la escritura que produzcamos sea coherente con quienes somos. En ese sentido considero que la literatura debería ser siempre autobiográfica, pero no en el sentido literal de escribir lo que nos ha pasado a lo largo de nuestra vida o escribir 400 páginas contando qué nos pasó y qué sentíamos cuando nos dejó nuestra novia, sino que no concibo que la literatura no hable de lo mismo que hablamos nosotros en nuestra vida diaria, no se preocupe por lo que nos preocupa personalmente, no se exprese como nos expresamos nosotros. Lo contrario sería la impostura: me suda el tema pero como está de moda escribo una novela sobre la violencia de género, que además gana un premio porque como está de moda sabemos que va a tener presencia en los medios y se va a vender; un pederasta mata a una niña y a los cuatro meses te saco una novela sobre ese tema. No sé, me parece pura impostura. Yo siempre he tenido la sensación de que de los autores que me interesan y con los que siento afinidad sería un buen amigo. Y siempre he pensado que a poco que alguien lea mis libros con un mínimo de atención, podría saber a grandes rasgos cómo soy, qué me gusta, qué me preocupa, qué pienso, etcétera. Luego, si uno es gamberro, que escriba como un gamberro.



P.L.: Gracias por el consejo, pero queremos pedirte algo más. Y en esa fiesta de la literatura, donde puede que haya gamberros, ¿qué música estaría sonando?

MAM: Bueno, si conjuntamos que hoy es viernes y estamos hablando de gamberros, nada mejor que Seru Girán, uno de los grupos que lideró el gamberro Charly García, y la canción con la que «funde a negro» Últimas 2 horas y 58 minutos, Viernes 3 am.

...That's all, folks!...
..(Mañana más)...

Miguel Ángel Maya
24 de enero de 2014

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jueves, 23 de enero de 2014

GRANITE & RAINBOW & SIETE DÍAS IV

(Viene de aquí -que a su vez viene de antes-)
...Aquí la cuarta jornada del juego, donde por fin nos pusimos irreverentes...





Jueves 12 de diciembre de 2013



Pedro Larrañaga: Aquí estamos de nuevo, alcanzando el ecuador de esta semana de diálogo, momento ideal para reflexionar sobre lo hecho y lo que queda por hacer, lo que te adelanto que es mi objetivo para hoy. De todos modos, antes, una pregunta sobre una de las cuestiones que dejaste ayer, una de esas que dejan poso y me piden saber más.

Comentabas ayer que gracias al Lazarillo y al Quijote entendiste que Literatura y Hedonismo no estaban reñidas, una idea que casa con el objetivo del este número de G&R, en el que tratamos de quitar esa losa de seriedad que parece pesar sobre la literatura, la escritura y la lectura. ¿Por qué crees que será que escribir se ve como algo tan serio? Es más, ¿de dónde viene esa tendencia a ponernos tan serios cuando escribimos?

Miguel Ángel Maya: Creo que proviene del hecho de considerar la literatura como algo solemne, y el hecho de que la mayoría de la gente que se dedica a escribir considera que tiene que decirle al mundo algo imprescindible. Y basta este ejercicio: imaginarse a Vargas Llosa, cuando este le está diciendo al mundo cosas imprescindibles en una conferencia en la Columbia University, escribiendo en su casa, sin afeitar y con pantuflas. Un profesor mío de antropología decía que «no hay que fiarse de los intelectuales, porque son unos tipos que se creen todo lo que se le ocurre», y a mí eso me hace mucha gracia, porque no hay nada más ridículo que la solemnidad, alguien diciendo una gilipollez con voz grave y cara de estar diciendo algo muy profundo. Me gusta la irreverencia, tener la capacidad de reírse de casi todo, y más de uno mismo: yo, personalmente, no conozco a nadie más mamarracho que yo, de modo que se puede aprovechar el hecho de tener un mamarracho tan cerca. El excesivo respeto por la cultura suele traernos una cultura enconsertada, aburrida y conservadora. No digo que haya que hacer literatura humorística, sino tomarse con más ligereza el papel de uno mismo, sobre todo cuando está acreditado que uno es un pobre diablo y un mamarracho que escribe en su casa por las tardes, en pantuflas y sin afeitar, y además no se llama Vargas Llosa.



P.L.: Retomando la conversación, por un momento me ha parecido oír a ese señor en pantuflas y bata de casa, diciendo gilipolleces con voz muy grave, como si fueran algo muy serio, responder con un «escribo porque es lo único que sé hacer» a la pregunta fundamental (¿Por qué escribes?). Una respuesta que (biológica, física y antropológicamente) es una mentira. A fin de cuentas, esa persona, con pantuflas o sin ellas, podría estar haciendo mil cosas en vez de escribir. Miguel Ángel Maya, con pantuflas o sin ellas, podría estar haciendo mil otras cosas por las tardes en su casa en vez de escribir. Pero aun así escribe. ¿Por qué?

MAM: ¿Ves? incluso a la hora de contestar a esa pregunta, que debería tener una contestación muy simple, le intentamos dar un aura de solemnidad o de profundidad como si de nuestra acción, oh, de escribir, dependieran las cabezas nucleares o el deshielo de la Antártida. Las actividades que uno hace porque quiere entran dentro de esos verbos que tiene que ver con lo que nos gusta. ¿Por qué voy a la cocina, abro la nevera y cojo una cerveza? Porque sí, porque me apetece hacerlo. ¿Por qué los domingos por la tarde mientras veo una película me apetece chocolate? Igual, porque sí, porque me apetece. ¿Por qué me gusta la pasta y no me gustan las berenjenas? Yo tengo una serie de actividades que me gusta hacer y que necesito hacer, por placer, por salud, porque sí: cocinar, por ejemplo, ir a la cocina e inventar algo; la música (oírla, necesito constantemente oír música, o tocar el piano, sin más, ir, abrirlo, poner mis manos sobre las teclas y tocar, dar un concierto, sentir ese morbo de tocar en público); el cine (verlo, intentar poner en marcha por fin la producción de un cortometraje) y la literatura (leer, escribir). ¿Por qué? No lo sé. Me gusta abrir un libro y meterme en la historia que a un tipo se le ha ocurrido, ver qué pasa ahí dentro, ver qué dicen los personajes, qué hacen. Me gusta sentarme, encender el ordenador, poner música, abrir un documento y darle forma a una historia. Simplemente me gusta, me lo paso bien, me tranquiliza, me obliga a mirar dentro de mí, me obliga a entender a los personajes, a saber por qué hablan así y por qué hacen lo que hacen, me gusta sorprenderme o desilusionarme con lo que se me ocurre. ¿Por qué escribir? No tengo ni idea. Yo en concreto lo hago simplemente porque me gusta y me hace sentir bien, como me gusta tomarme un gin-tonic, ver jugar a Messi, caminar por París o nadar en el mar.



P.L.: Con esta respuesta, ya sabemos para quién escribe Miguel Ángel Maya (entre otras, para esa chica pelirroja de abrigo negro) y por qué escribe. Tenemos así dos de las patas sobre las que se asienta ese «escritor del siglo XXI» del que hemos hablado. Tenemos dos, pero nos hace falta una tercera para mantenerlo en pie. Un tercer pilar que podría estar tras la pregunta: ¿qué quiere dejar detrás de sí el Maya escritor?

MAM: Creo que una de las cosas que más valoro es la libertad. Y me gustaría seguir siendo libre, también como escritor. Me gustaría que mi escritura siguiera siendo coherente con lo que soy íntimamente, con lo que pienso, con mi biografía, con lo que me gusta y con lo que me preocupa. Me gustaría, sin tomarme demasiado en serio y dicho también con ironía, que mis libros sólo puedan ser míos, sólo pueda haberlos escrito yo, que no sean intercambiables por cualquier libro; no ser un autor más. Me gustaría que alguien esperara mis libros, que alguien los necesitara. Me gustaría tener la lucidez de saber cuándo tengo que dejar de escribir, cuándo no tengo nada más que decir, porque es algo que sucede. Tener los amigos que le faltan a Almodóvar para decirme «este libro es una mierda, vuélvelo a intentar», y mandar el documento a la papelera del escritorio. Me gustaría haberme dado cuenta antes de que hay que jugarse el cuello a la hora de escribir, pero que el mundo es mucho más que literatura y hay sacrificios que no hay que hacer por nada, ni siquiera por escribir. Me gustaría que Herralde me dijera: «tú escribe tranquilo, tómate el tiempo que quieras, que yo te voy a publicar lo que me des», y que el día que me vaya a la Polinesia con mi taparrabos, mi chica y mi perro, a escribir sólo lo que las olas turquesas de los mares del Sur quieran borrar, estén diseminados por las estanterías de unas cuantas personas unos seis o siete buenos libros de los que no me avergüence y que de vez en cuando se vuelvan a imprimir porque se agoten y que cuando yo esté muerto alguna persona hable de mis libros. En resumen, quiero trascender mi tiempo y publicar en Anagrama; es decir, quiero lo que quiere cualquier escritor insignificante. (Como habrás adivinado, esta respuesta tiene un 70% de sorna, un 25% de esperanza y un 5% de gravedad de señor con papada y gafas de culo de botella).



P.L.: Sorna, esperanza y gravedad… buena combinación para un coctel (sólo quedaría saber si mezclado o agitado). Ahora en serio, hablas de trascender, de dejar un recuerdo, de inmortalidad (a eso se puede reducir el que hablen de uno cuando esté muerto)… ideas llenas de potencia, que impactan, que podrían ser el faro en la vida de cualquier persona, hemos hablado también de escribir, del aire de importancia-relevancia (aunque sea fingida en muchos casos) de los escritores/as, y sin embargo, la lectura es algo cada vez menos valorado desde todos los estamentos de la sociedad (y me refiero a los actos y no a las palabras). Los niños no quieren ser escritores, quieren ser Cristiano Ronaldo, y las niñas no quieren ser princesas, quieren… (he de reconocer que no sé qué quieren ser las niñas). Es más, sus padres tampoco quieren que sean escritores, sino Cristiano Ronaldo y Lady Gaga. Al hablar de la literatura, de los escritores, todos nos ponemos serios, pero después la realidad no tiene nada que ver con eso y uno tiene la sensación de hablar de unos animales exóticos en sus jaulas de cristal. ¿Por qué no rompen esas jaulas de cristal? ¿Por qué las niñas no quieren ser princesas y los niños sueñan con ser Cristiano Ronaldo?

MAM: Bueno, si yo tuviera seis años y me preguntaran si quiero parecerme a Cristiano Ronaldo o a Pere Gimferrer, no lo dudaría un instante. Tengo la sensación de que no ha cambiado mucho de antes a ahora. La lectura era algo que no le gustaba a la mayoría de mis compañeros de clase. Nos gustaba solo a unos cuantos, y éramos un poco los raros de la clase, los profundos, los que peor se vestían y menos se divertían a ojos de los demás. El porcentaje subió un poco en la facultad, porque yo estudié filosofía, y subió un poco más cuando estudié en Italia, pero después, mis compañeros de trabajo, la gente con la que me he relacionado, no leía, salvo excepciones. Las niñas nunca han querido ser princesas, en eso han tenido una saludable voluntad republicana, y los niños siempre han querido ser futbolistas; al menos cuando yo era pequeño ya era así. Nunca he conocido a padres que quieran que sus hijos sean escritores. De hecho, los padres en España siempre han querido un hijo funcionario antes que futbolista. Hoy en día se puede entrar en un reality o ser tronista, pero los padres siguen prefiriendo el funcionariado para sus hijos, porque el reality conlleva prótesis mamarias y hacer edredoning delante de todo el país. Llevo toda mi vida oyendo el consejo de padres y madres diciéndoles a sus hijos que primero se busquen un trabajo (a ser posible, que opositen) y luego escriban, cultiven bonsáis, pinten, sean actores, o lo que sea. Yo nunca he visto la literatura como un modo de vida. Tampoco la mayoría de los futbolistas federados son Cristianosronaldos. Siempre me he ganado la vida y he escrito, como han hecho todos los escritores con los que tengo afinidad, de antes y de ahora. Cuando gané el Cajamadrid era teleoperador en PCCity, y seguí siéndolo, a pesar de que Pote Huertas, que era editor de Lengua de Trapo entonces, me sugirió la genial idea de que dejara el trabajo y me dedicara un año a escribir «una novela de puta madre». Yo le dije: «bien, supongamos que dejo el trabajo, y durante este año escribo una novela de puta madre, cuando te la entregue, ¿me darás otros 15000?» y él, claro, se descojonó en mi cara. Afortunadamente no le hice caso y seguí formateando los ordenadores de los clientes por teléfono mientras sacaba tiempo para escribir novelas que después no me ha publicado Lengua de Trapo. Imagínate que le hago caso y me quedo sin trabajo, sin lengua y sin trapo. La mayoría de las biografías de los escritores suele ser la historia de cómo consiguieron sacar tiempo para escribir, y las de las escritoras, ya ni hablamos, porque además añadían a la condición de escritora la condición de mujer, con lo que eso ha significado históricamente. En cualquier caso, la culpa de la imagen de los escritores alejados de la sociedad la tienen los propios escritores, pero no creo que sea distinto en el gremio de los fontaneros, los futbolistas, los políticos o los actores. No me imagino a Sergio Ramos o a Soraya Sáez de Santamaría en el metro, y sin embargo sí me puedo imaginar a Muñoz Molina, Almudena Grandes o Rosa Montero por citar al «famoseo» literario. Yo creo más bien se percibe la literatura como algo pesado y aburrido, denso, más que lejano y que la mayoría de los escritores, tomados uno a uno, y cuando no hablan de literatura, son buena gente. Pero lo mismo pasa con los fontaneros, los conductores de autobús o los actores. Respecto a tu pregunta de por qué los niños sueñan con ser Cristiano Ronaldo te diré una cosa: si se presentara el mismísimo Diablo aquí y me dijera: «te doy a elegir entre marcar el gol de la victoria en el minuto 116 de la final de la Copa del Mundo o entre ganar el Planeta con la mejor novela del último medio siglo» (Los campeones del mundo se embolsaron también 600.000 €), yo, sin dudarlo, elijo ser Iniesta.




P.L.: Y si en verdad se presentara el diablo dispuesto a comprar nuestra alma, ya sea por una Copa del Mundo o por el Planeta, ¿qué canción pondría música su propuesta?

MAM: Pues otra vez había pensado otra, pero creo que a ese pacto con el Diablo le iría como anillo al dedo Metamorfose ambulante, de Raul Seixas: «Eu quero dizer agora o oposto do que eu disse antes prefiro ser essa metamorfose ambulante do que ter aquela velha opinião formada sobre tudo».


That's all, folks!
(Mañana, más)

Miguel Ángel Maya
23 de enero de 2014

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miércoles, 22 de enero de 2014

GRANITE & RAINBOW & SIETE DÍAS III

 (Viene de aquí)
...Y bien, aquí, para quien guste, la tercera entrega del juego (que muy pronto aparecerá en Granite & Rainbow, de la mano de Pedro Larrañaga)...




Miércoles, 11 de diciembre de 2013



Pedro Larrañaga: Esta noche he soñado con esa pelirroja con su abrigo negro (un sueño muy literario, eso sí). En el sueño, levantaba la cabeza de su libro de Xavier Velasco y se acercaba a mí para preguntarme por esos libros capaces de ensimismar a Miguel Ángel Maya, capaces de hacer que la realidad no importe, por mucho que en ella haya una pelirroja con un abrigo negro deseando conocer el título de ese/esos libro/s. Como en el sueño no estabas tú, te traslado su pregunta.

Miguel Ángel Maya: Curiosamente no han sido muchos, pero han sido cruciales… De pequeño conseguía ensimismarme más y me bebía los libros de Barco de Vapor. Con trece años leí La insoportable levedad del ser y recuerdo que estuve años obsesionado con ese libro, también me atraparon los cuentos de Cortázar, las memorias de Anaïs Nin, Así habló Zaratustra, o El lobo estepario (que me leí en Matalascañas, lo cual supuso un importante contraste entre mi entorno y el libro). Me atrapó en su momento el Lazarillo de Tormes y El Quijote, libros que llegué a usar como bálsamo para la risa, y gracias a los cuales me di cuenta de que la literatura y el hedonismo no tenían por qué estar reñidos. Poco a poco, a medida que vivía y leía, he ido perdiendo esa inocencia o capacidad de entusiasmo por los libros, lo cual me jode. Mi largo viaje por Latinoamérica también me supuso un descubrimiento literario, especialmente en Ciudad de México, Bogotá y Buenos Aires: allí leí a autores como Andrés Caicedo, El Traductor, de Salvador Benesdra; Basura, de Abad Fanciolince; Los siete locos, de Roberto Arlt, y Rayuela, de Cortázar, que empecé a leerme en la hamaca de un barco por el Amazonas y me terminé de leer en el barco que me llevaba de Colonia hasta Buenos Aires, acompañando el regreso de Horacio a Buenos Aires a medida que yo la descubría. Se trató de una experiencia muy psicodélica. En Nápoles, después de terminar mi tesis y tras haberme pasado dos años leyendo sólo ensayos, me dediqué durante año y medio a leer compulsivamente ficción: me atraparon Varamo, de César Aira y, después de mucho tiempo sin emocionarme con una novela con la inocencia de cuando no había leído nada, leer Los detectives salvajes me devolvió una suerte de fe: me acostaba leyéndolo, me levantaba deseando ponerme a leerlo; lo leía en el baño, en el trabajo, en los bares. Después de eso he leído buenos libros, pero los últimos que me han dejado sin aliento han sido Llámame Brooklyn, de Eduardo Lago, y Los ingrávidos, de Valeria Luiselli. De todos los libros que he nombrado, igual hay muchos que literariamente no tienen mucho peso, pero me marcaron por diferentes causas y circunstancias, me marcaron personalmente, o al menos consiguieron que no me importara nada más que lo que pasaba en sus páginas. 



P.L.: ¿Qué ha de tener un libro (o una obra, sea cual sea el formato) para dejar sin aliento a un lector? Mejor aun, ¿qué pone Miguel Ángel Maya en un libro (o en una obra) para dejar sin aliento a un lector?

MAM: Mi primer editor, Pote Huertas, me dijo una vez: «es mejor que un lector termine tu libro y a continuación se cague en tu puta madre y pida que le devuelvan el dinero a que lo deje por la mitad aburrido». A mí, como lector, me gana para siempre un autor que diga las cosas de una manera diferente; que aunque toque los mismos temas que llevan inquietando a la humanidad desde que el mono se puso en pie, lo haga desde una perspectiva si no nueva, al menos sí diferente; que cuente cosas que no tenga la sensación de haber leído, que en las tramas pasen cosas que sólo pueda leer en esas páginas dichas de esa manera. Eso, que es lo que busco como lector es lo mismo que intento encontrar como escritor y es lo que más trabajo me da a la hora de escribir. Si tengo que elegir, prefiero un libro irregular, imperfecto, con errores, contradicciones, pero escrito de una manera diferente, usando un lenguaje diferente y original, mil veces antes que uno con una estructura redonda y medida, pulcro, perfecto, pero con una trama y una forma de contarla que me deje frío. Eso mismo es lo que valoro de las personas o de las ciudades, de modo que es algo que excede la cuestión estética para convertirse en una cuestión íntima y personal. Una vez escuché a Fogwill decir que cualquier autor puede escribir una frase de mil maneras y usando cualquier palabra, pero su habilidad como escritor no reside en elegir las palabras adecuadas sino en hacerle creer al lector que las palabras que él ha elegido para formar la frase son las únicas que podía usar en esa frase. Conseguir eso como autor y no darte cuenta de ello como lector sería lo aconsejable, pero es muy difícil. Por cierto, otro de esos libros que me dejaron sin aliento y que me han devuelto la fe como escritor ha sido Los pichiciegos, del señor Fogwill, que antes se me pasó. 



P.L.: ¿Debemos concluir entonces, que en ese eterno duelo entre «el qué» y «el cómo» (el contenido y la forma) sale vencedor «el cómo»?
MAM: No. Yo creo que habría que ir un paso más allá y cuestionarse ese duelo. Si nos fijamos bien, estas diferencias platónicas que nos sirven como muletas para apuntalar nuestros misterios inefables e indescifrables (hablo de la diferencia entre el cuerpo y el alma, entre el continente y el contenido, entre el sentimiento y la razón) son básicamente un simulacro, una mentira, un modo de mirar hacia otra parte respecto a los temas que como humanos nos inquietan, nos mueven, nos zarandean. Todos nuestros conflictos nacen precisamente del hecho de que ninguno de esos conceptos está realmente separado del otro salvo de forma retórica o metafórica, y eso nos sirve como coartada: «Es que mi razón me pide que me quede con mi mujer y mis tres hijos y mi corazón me dice que me vaya con la mujer de la que me he enamorado». Pues no, amigo platónico, tienes un problema bien gordo y lo tienes todo tú, no compartimentos de ti. El conflicto entre el «qué» y el «cómo» es tan falso como el de «razón» y «sentimiento». No existen por separado. Son indivisibles, existen sólo metafóricamente, retóricamente: cualquier cosa que se diga es lo que es por cómo se dice. A menos que pudiésemos manejarnos sólo con ideas puras, no siendo así, estas necesitan del lenguaje para existir, por ello cualquier idea cambia según cómo se diga, y cambia esencialmente, alterando su significado, su intención, la estructura misma de la idea que se quiere decir, del mismo modo que cambia lo que se dice según el idioma en que se diga. Pensamos según los códigos de un determinado lenguaje y escribimos del mismo modo. Cuando estoy escribiendo, el «qué escribo» y el «cómo lo escribo» nacen simultáneamente y son dos cosas inseparables en mi elección como autor. Sólo los impostores trabajan por separado esos conceptos e intentan por todos los medios que esas metáforas impregnen nuestra existencia cotidiana de modo que nos sea más fácil soportarnos o esquivar nuestros conflictos como humanos.  



P.L.: Falsos conflictos, impostores, simulacros, mentiras, inquietudes… un cierre lleno de adrenalina para este tercer día de conversación. No sé por qué, pero casi estoy visualizando esa pelea en un bar del lejano oeste, con platónicos, sofistas, farsantes y apasionados de la forma (entre los que debo confesar que me encuentro) lanzando y esquivando golpes (todos golpes literarios). ¿Qué canción le pondría la BSO a esa pequeña porción de una batalla que lleva siglos librándose?

MAM: Pues había pensado en otra, pero como las interpretaciones que Jacques Brel hacía de sus canciones en vivo me dan la razón (dicho esto con una sonrisa en la boca y tono de broma mientras pido un whisky en ese Saloon de Western), elijo Ces gens là, de Monsieur Brel, a quien adoro. 

...So, that's all, folks...
(Mañana jugamos otra vez)

Miguel Ángel Maya
22 de enero de 2014

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